Por César Reyna
En las últimas horas el ministro del Interior, Octavio Salazar, y algunos “expertos” en temas de terrorismo y narcotráfico han realizado interpretaciones aventuradas sobre al ataque producido en una de las regiones más pobres y olvidadas del país.
Salazar, responsable de la seguridad interna, dijo que el objetivo de los narcosenderistas era tomar el puesto policial de la Dinoes y la municipalidad del poblado donde ocurrieron los hechos. También señaló que las fuerzas del orden repelieron el ataque y causaron bajas entre los terroristas.
Uno desearía creer que las expresiones del ministro son ciertas; sin embargo, no se le puede dar crédito pues es consciente de que la falta de fuentes de inteligencia en su institución y las Fuerzas Armadas facilitó el atentado. Si los efectivos de la Dinoes fueron sorprendidos por los senderistas fue porque no tenían información acerca de sus planes y movimientos.
Los narcoterroristas no planeaban entrar a la base a pintarla con consignas alusivas a la lucha armada o al Partido Comunista Peruano como cree este despistado funcionario, sino hacerle saber a las autoridades que pagarán un alto precio –en vidas humanas y perdidas materiales- si tratan de afectar su negocio. Ese es el mensaje que nos han querido transmitir con una ofensiva nunca antes vista en la zona.
En el caso de las muertes de algunos atacantes, esta versión no ha podido ser verificada pues no se han encontrado cuerpos de terroristas en los alrededores. No se le puede dar crédito a los testimonios de los lugareños que afirman haber visto subversivos abatidos porque es probable que no hayan podido ver nada en medio de la confusión, las explosiones y el tiroteo. Como el ataque se produjo de noche, la visión humana no es confiable al momento de identificar lo que observa, y menos si los observadores sienten palpitaciones producto de la adrenalina que recorre el torrente sanguíneo.
De otro lado, las afirmaciones de algunos “analistas” de que los terroristas buscaban apoderarse del arsenal (del puesto policial) dejan de tener asidero cuando analizamos la operación. Resulta muy fácil desbaratar esta explicación pues no tiene sentido arriesgar la vida, resultar herido o ser arrestado en una emboscada para incautar material bélico del rival. Los narcosenderistas no necesitaban armas ya que su gran poder de fuego precisamente demuestra que les sobraban fusiles, balas y granadas para cercar una estación fuertemente custodiada. El ataque de la madrugada domingo duró una hora de incesante intercambio de plomo y metralla. A los sediciosos no les preocupaba ciertamente cuantas municiones disparaban porque estaban bien equipados para el combate.
La hipótesis de la confiscación carece de sentido porque los terroristas adquieren sus armas con el dinero que les genera el narcotráfico. No dependen de los pertrechos que arrebatan a los soldados o policías caídos. Si lo hacen luego de un enfrentamiento es para conseguir trofeos de guerra. Claro que no se descarta que las usen contra patrullas militares o policiales, pero esa vía no constituye su principal fuente de suministro.
Las fronteras del Perú son permeables a todo tipo de contrabando, especialmente del de armas de fuego y municiones. De ahí que no tengan dificultades para conseguir el armamento que necesitan para enfrentarse a los agentes del Estado. La ausencia de controles policiales, sobre todo en nuestra frontera con Bolivia, les permite contar con equipos más modernos de los que dispone la policía.
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