¿Venezuela podría convertirse en la nueva Cuba?
Por César Reyna
El escritor Mario Vargas Llosa ha afirmado en Caracas, donde participa en un foro internacional sobre libertad y democracia, que “Venezuela podría convertirse en la segunda Cuba de América Latina (…)”. Tal aseveración nos parece desproporcionada, pero no porque el presidente venezolano Hugo Chávez no lo desee, sino porque, dadas las circunstancias actuales, resulta fácticamente imposible.
Para que Chávez pueda establecer un régimen totalitario como el cubano primero debería expulsar a la mayoría de sus opositores o buscar que emigren a otros países como sucedió durante la primera década de la Revolución Cubana. Fidel Castro, a quien tanto admira el mandatario llanero, pudo gobernar a sus anchas no sólo porque repelió con éxito la invasión en Bahía de Cochinos o tuvo respaldo político de la extinta Unión Soviética, sino porque sus rivales migraron masivamente hacia Estados Unidos. El éxodo de cientos de miles de cubanos, ahora afincados en el estado de Florida, despejó el camino para llevar a cabo una serie de reformas que transformaron económica, social y culturalmente a la Isla. Sin la partida de los querían evitar la cárcel, la humillación pública o la ruina personal y familiar no hubiera sido posible instaurar el modelo comunista. Cuando los exiliados cubanos se marcharon, dejaron al régimen sin oposición de la que tuviera que perseguir u ocuparse.
La otra alternativa para Chávez sería instaurar un sistema estaliniano que condene a miles a las cárceles y asesinar selectivamente a los disidentes más importantes para amedrentar al resto de la población. Esa opción es inviable, a menos que Chávez quiera convertirse en un auténtico tirano y esté dispuesto a aceptar las consecuencias (ser juzgado por crímenes de lesa humanidad). Pero Chávez no puede expulsarlos ni encarcelarlos a todos (ni siquiera a un gran grupo) porque violaría su propia Constitución, aunque, a juzgar por sus últimas actuaciones y declaraciones, las leyes y el orden constitucional no parecen importarle mucho.
Ambos escenarios parecen poco probables en la Venezuela de hoy a pesar de que muchos se han visto obligados establecerse en otras tierras debido a la falta de oportunidades, la crisis económica o el hostigamiento de los chavistas. De los que han podido migrar e integrarse exitosamente se encuentran muchos ex trabajadores y funcionarios de PDVSA, la petrolera estatal, quienes en la actualidad residen en Estados Unidos o Canadá, donde ganan mejores sueldos. Ese grupo era privilegiado porque laboraba en sector que le proveía el mayor flujo de divisas a Venezuela. Por ser estratégico y rentable recibían generosos salarios, pero debieron partir cuando Chávez, cansado de las paralizaciones que sufría la industria petrolera, los despidió para tener el control efectivo de la empresa.
Mientras Chávez deba lidiar con una oposición que se fortalece y gana adeptos tanto en el interior como en el exterior, pues se han creado (o se están creando) foros de apoyo en la región para retorno de la democracia Venezuela, se desgastará progresivamente, lo que lo obligará a mostrar su faceta más temeraria y represiva. En el momento en que cercene libertades decididamente, decrete toques de queda, estados de emergencia y encarcele arbitrariamente a cualquier disidente, no habrá vuelta atrás para él. Tras ese punto de no retorno perderá el poco crédito que le queda y será denunciado con mayor decisión por los países miembros de la OEA.
Hasta ahora la mayoría de naciones ha actuado con cautela respecto a la situación de los derechos humanos y la democracia en Venezuela. Sólo organizaciones internacionales como Amnistía Internacional, Human Rights Watch, Cato Institute, entre otras, han expresado su preocupación por las acciones del Gobierno venezolano. Si no han sido más proactivas proponiendo sanciones a nivel de Naciones Unidas o la misma OEA es porque Venezuela es un importante productor de petróleo. Estados Unidos, el país más vilipendiado por Chávez, ni si quiera ha considerado el embargo u otras medidas comerciales pese a que Venezuela representa una mayor amenaza para la democracia liberal que Cuba. La pasividad norteamericana se debe a que Iraq, Afganistán, Pakistán y la beligerante Corea del Norte, representan mayores preocupaciones para sus intereses nacionales. El embargo de la superpotencia podría funcionar en el mediano plazo -mucho más que el caso cubano porque generaría mayores protestas y demandas sociales-; pero no sería conveniente para la economía del gigante estadounidense (ni para la del mundo) pues los precios del barril de crudo de dispararían ante la falta del suministro venezolano. Dejar a Chávez sin petrodólares, a priori, parece una buena idea para sacarlo del poder; pero agravaría la crisis económica internacional en la medida que generaría más inflación.
A pesar de que no sea factible que Venezuela termine como Cuba, cuyo régimen está dando tibias muestras de apertura (empezó dialogar con Estados Unidos y se especula con su regreso a la OEA), de todos modos preocupa el deterioro de las libertades en ese país. Chávez, en su afán expansionista y populista, ha desaprovechado o dejado pasar la elevada cotización del petróleo de los últimos años para modernizar a Venezuela. Mientras algunos emiratos de Oriente Medio están invirtiendo en bienes raíces y comprando empresas en todo el mundo, Caracas ha gastado la mayor parte de sus recursos comprando lealtades políticas y nacionalizando antiguas empresas estatales. En lugar de potenciar su industria manufacturera la ha desprotegido estableciendo controles de precios y barreras para restringir el flujo de capitales. El futuro de Venezuela será sombrío mientras Chávez continúe en la presidencia. De ahí en adelante, una vez que se produzca su salida, será incierto porque la oposición –y esa es una de sus principales deficiencias- no ha logrado construir un liderazgo y un discurso coherente que represente una verdadera alternativa al experimento chavista.
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