Relaciones con Bolivia: Evo Morales enemigo del Perú
Por César Reyna
El Canciller peruano José Antonio García Belaunde calificó al presidente boliviano de “enemigo” de nuestro país por declarar que el Gobierno había cometido un genocidio contra indígenas en la ciudad de Bagua. La afirmación del jefe de la diplomacia peruana merece una aclaración pues Morales no es enemigo del Perú sino de la clase política que lo dirige y de la ideología neoliberal que ésta abraza. Esta precisión es necesaria para comprender el difícil momento que atraviesan nuestras relaciones con la hermana república de Bolivia.
Al mandatario altiplánico se le acusa de promover acciones sediciosas en el territorio nacional con el fin de derrocar al Gobierno de Alan García. La interferencia de Morales se debe a que no ha renunciado a su condición de líder indígena y dirigente sindical, a pesar de que ostenta la más alta investidura de su nación. Su verborrea y locuacidad le han generado más de un entredicho con diversos dignatarios de la región. En los últimos días sus exabruptos han cobrado mayor importancia a raíz del mensaje que envió a la IV Cumbre Continental de los Pueblos Indígenas, realizada en Puno a fines de mayo, días antes de que los enfrentamientos en Bagua entre nativos y policías se agudizaran. En la misiva no dejó dudas acerca de sus intenciones pues dijo que los pueblos debían pasar “de la resistencia a la rebelión y de la rebelión a la revolución[1]”. También mencionó que “es el momento de la segunda y definitiva independencia”.
El lenguaje empleado por Morales es netamente marxista porque señala etapas o estadios previos a la constitución de una nacionalidad nativa. Para Morales, la primera independencia de los pueblos originarios ocurrió hace casi 200 años cuando se derrotó al imperio colonial español, y ahora corresponde completar esa emancipación[2] relegando a los descendientes de los españoles del poder. El líder andino piensa excluir a los criollos y mestizos, herederos de los colonos, porque continuaron las políticas represivas de sus antepasados peninsulares.
En Perú le será difícil repetir el proceso[3] que lo llevo al poder porque los nativos peruanos (entre quechuas, aimaras y tribus amazónicas) representan aproximadamente un tercio de la población total. En Bolivia, en cambio, la composición poblacional es distinta pues más del 60% tiene rasgos altoandinos.
Las migraciones[4] hacia la costa, el fenómeno social más relevante del siglo XX en el país, no permitiría la realización de los propósitos de Morales pues los habitantes de la sierra despoblaron los Andes y otras regiones del Perú. Cuando los migrantes quechuahablantes se desplazaron a las ciudades costeñas -a buscar oportunidades y huir de la violencia terrorista- perdieron el vínculo con la tierra porque asimilaron otras costumbres. En la costa aprendieron el castellano, comenzaron a trabajar para terceros y utilizaron la moneda nacional en reemplazo del trueque. Los patrones de consumo cambiaron dramáticamente porque debían adaptarse a un nuevo entorno. Con el tiempo se instalaron en las periferias de los núcleos urbanos y se convirtieron en el sector informal de la economía. En esas condiciones resulta imposible vencer, ya sea por medio de la protesta generalizada en determinadas regiones o electoralmente porque el movimiento indígena no cuenta con suficiente base social. No habrá cambio radical, pero sí, con toda seguridad, una redefinición de la agenda política porque sus demandas encabezarán la lista de prioridades.
El jaque que pretendería Morales, instigado por Hugo Chávez, no podría darse por la vía de la movilización masiva. Aunque tal vez no esté buscando la captura del aparato estatal, sino más bien la escisión de algunas regiones predominantemente indígenas. La Amazonía es una de ellas así como el sur peruano donde la mayoría de habitantes son aimaras, la etnia dominante en Bolivia. El sur peruano, como se recordara, estuvo muy ligado a nuestro vecino en la colonia y también durante la primera etapa republicana en la que se destacó la Confederación Peruano-Boliviana. La injerencia de Morales, bajo esa óptica, podría apuntar a la división entre las provincias del interior y la capital. Por eso Evo Morales se presenta antes éstas como un líder legítimo (tiene el respaldo de las comunidades y campesinos de su país) y sería un aliado fundamental para que consigan su autonomía. Con su apoyo lograrían la separación si las autoridades limeñas siguen ignorando su problemática y gobiernan a favor de determinados intereses.
El actual presidente regional de Puno, cuestionado por no haber atendido la ola de frío que mató a más de 30 niños, habló de “secesión” en un mitin porque el Gobierno central se negaba a aumentarle el presupuesto. En la Amazonía también se han escuchado voces disidentes pues Alberto Pizango, dirigente de Aidesep que se asiló en Nicaragua luego de ser acusado de sedición, hizo un llamado a la “insurgencia” cuando el Ejecutivo insistió en la aplicación de normas que afectan a las comunidades nativas.
Durante los últimos días Morales habló de “genocidio” –en concreto dijo que la matanza de Bagua se debió al genocidio que impulsa el Tratado de Libre Comercio (el modelo neoliberal). Su rechazo visceral a la integración con Estados Unidos hizo que atacara constantemente al Perú por haber suscrito el acuerdo comercial con la superpotencia en 2005. La oposición del presidente boliviano nos parece un tanto hipócrita porque su país ha disfrutado los beneficios del ATPDEA, que en la práctica es un TLC pues los productos altiplánicos ingresan a territorio estadounidense sin pagar aranceles.
La reacción de la cancillería no se hizo esperar pues llamó a consulta a su embajador en La Paz después de declaraciones de Morales sobre política interna peruana en las que se refirió a los trágicos enfrentamientos en la selva como un “genocidio contra nativos”. El presidente boliviano, según las autoridades peruanas, habría incitado a la rebelión[5] de las comunidades nativas antes del desalojo de la carretera cercana a la ciudad de Bagua.
Otro hecho que desencadenó la furia del mandatario andino fue el asilo concedido a cuatro ex ministros bolivianos que pertenecieron al Gobierno de Gonzalo Sánchez de Losada. Los ex funcionarios fueron acusados de asesinato durante las manifestaciones que organizó Morales en 2003.
El tercer desencuentro se produjo cuando el Gobierno peruano demandó a Chile ante la Corte Internacional de Justicia para definir sus límites marítimos. Morales considera que la demanda peruana obstaculiza su aspiración boliviana de salida al mar. Sin el consentimiento de Lima –así lo establece el Tratado de 1929-, Bolivia no podría superar el enclaustramiento geográfico[6] porque la eventual cesión de territorio (por parte de Chile) se realizaría sobre antiguos dominios peruanos. Lo que le preocupa mucho a Morales es que si Perú triunfa en La Haya recibiría un mar recortado pues los precedentes indican que la Corte[7] ha fallado a favor de la línea bisectriz cuando existen fronteras adyacentes.
Nuestros países mantienen una relación vecinal cargada de tensiones por la diferencia ideológica de ambos gobiernos. Según, el ex canciller y embajador altiplánico, Armando Loaiza, entrevistado por el diario El País, “(…) el excesivo contenido ideológico vinculado a la construcción del eje La Paz-Caracas-La Habana, (…) relegan los intereses estratégicos y de afinidad que Bolivia estuvo privilegiando con su entorno, con sus vecinos”.
Por César Reyna
El Canciller peruano José Antonio García Belaunde calificó al presidente boliviano de “enemigo” de nuestro país por declarar que el Gobierno había cometido un genocidio contra indígenas en la ciudad de Bagua. La afirmación del jefe de la diplomacia peruana merece una aclaración pues Morales no es enemigo del Perú sino de la clase política que lo dirige y de la ideología neoliberal que ésta abraza. Esta precisión es necesaria para comprender el difícil momento que atraviesan nuestras relaciones con la hermana república de Bolivia.
Al mandatario altiplánico se le acusa de promover acciones sediciosas en el territorio nacional con el fin de derrocar al Gobierno de Alan García. La interferencia de Morales se debe a que no ha renunciado a su condición de líder indígena y dirigente sindical, a pesar de que ostenta la más alta investidura de su nación. Su verborrea y locuacidad le han generado más de un entredicho con diversos dignatarios de la región. En los últimos días sus exabruptos han cobrado mayor importancia a raíz del mensaje que envió a la IV Cumbre Continental de los Pueblos Indígenas, realizada en Puno a fines de mayo, días antes de que los enfrentamientos en Bagua entre nativos y policías se agudizaran. En la misiva no dejó dudas acerca de sus intenciones pues dijo que los pueblos debían pasar “de la resistencia a la rebelión y de la rebelión a la revolución[1]”. También mencionó que “es el momento de la segunda y definitiva independencia”.
El lenguaje empleado por Morales es netamente marxista porque señala etapas o estadios previos a la constitución de una nacionalidad nativa. Para Morales, la primera independencia de los pueblos originarios ocurrió hace casi 200 años cuando se derrotó al imperio colonial español, y ahora corresponde completar esa emancipación[2] relegando a los descendientes de los españoles del poder. El líder andino piensa excluir a los criollos y mestizos, herederos de los colonos, porque continuaron las políticas represivas de sus antepasados peninsulares.
En Perú le será difícil repetir el proceso[3] que lo llevo al poder porque los nativos peruanos (entre quechuas, aimaras y tribus amazónicas) representan aproximadamente un tercio de la población total. En Bolivia, en cambio, la composición poblacional es distinta pues más del 60% tiene rasgos altoandinos.
Las migraciones[4] hacia la costa, el fenómeno social más relevante del siglo XX en el país, no permitiría la realización de los propósitos de Morales pues los habitantes de la sierra despoblaron los Andes y otras regiones del Perú. Cuando los migrantes quechuahablantes se desplazaron a las ciudades costeñas -a buscar oportunidades y huir de la violencia terrorista- perdieron el vínculo con la tierra porque asimilaron otras costumbres. En la costa aprendieron el castellano, comenzaron a trabajar para terceros y utilizaron la moneda nacional en reemplazo del trueque. Los patrones de consumo cambiaron dramáticamente porque debían adaptarse a un nuevo entorno. Con el tiempo se instalaron en las periferias de los núcleos urbanos y se convirtieron en el sector informal de la economía. En esas condiciones resulta imposible vencer, ya sea por medio de la protesta generalizada en determinadas regiones o electoralmente porque el movimiento indígena no cuenta con suficiente base social. No habrá cambio radical, pero sí, con toda seguridad, una redefinición de la agenda política porque sus demandas encabezarán la lista de prioridades.
El jaque que pretendería Morales, instigado por Hugo Chávez, no podría darse por la vía de la movilización masiva. Aunque tal vez no esté buscando la captura del aparato estatal, sino más bien la escisión de algunas regiones predominantemente indígenas. La Amazonía es una de ellas así como el sur peruano donde la mayoría de habitantes son aimaras, la etnia dominante en Bolivia. El sur peruano, como se recordara, estuvo muy ligado a nuestro vecino en la colonia y también durante la primera etapa republicana en la que se destacó la Confederación Peruano-Boliviana. La injerencia de Morales, bajo esa óptica, podría apuntar a la división entre las provincias del interior y la capital. Por eso Evo Morales se presenta antes éstas como un líder legítimo (tiene el respaldo de las comunidades y campesinos de su país) y sería un aliado fundamental para que consigan su autonomía. Con su apoyo lograrían la separación si las autoridades limeñas siguen ignorando su problemática y gobiernan a favor de determinados intereses.
El actual presidente regional de Puno, cuestionado por no haber atendido la ola de frío que mató a más de 30 niños, habló de “secesión” en un mitin porque el Gobierno central se negaba a aumentarle el presupuesto. En la Amazonía también se han escuchado voces disidentes pues Alberto Pizango, dirigente de Aidesep que se asiló en Nicaragua luego de ser acusado de sedición, hizo un llamado a la “insurgencia” cuando el Ejecutivo insistió en la aplicación de normas que afectan a las comunidades nativas.
Durante los últimos días Morales habló de “genocidio” –en concreto dijo que la matanza de Bagua se debió al genocidio que impulsa el Tratado de Libre Comercio (el modelo neoliberal). Su rechazo visceral a la integración con Estados Unidos hizo que atacara constantemente al Perú por haber suscrito el acuerdo comercial con la superpotencia en 2005. La oposición del presidente boliviano nos parece un tanto hipócrita porque su país ha disfrutado los beneficios del ATPDEA, que en la práctica es un TLC pues los productos altiplánicos ingresan a territorio estadounidense sin pagar aranceles.
La reacción de la cancillería no se hizo esperar pues llamó a consulta a su embajador en La Paz después de declaraciones de Morales sobre política interna peruana en las que se refirió a los trágicos enfrentamientos en la selva como un “genocidio contra nativos”. El presidente boliviano, según las autoridades peruanas, habría incitado a la rebelión[5] de las comunidades nativas antes del desalojo de la carretera cercana a la ciudad de Bagua.
Otro hecho que desencadenó la furia del mandatario andino fue el asilo concedido a cuatro ex ministros bolivianos que pertenecieron al Gobierno de Gonzalo Sánchez de Losada. Los ex funcionarios fueron acusados de asesinato durante las manifestaciones que organizó Morales en 2003.
El tercer desencuentro se produjo cuando el Gobierno peruano demandó a Chile ante la Corte Internacional de Justicia para definir sus límites marítimos. Morales considera que la demanda peruana obstaculiza su aspiración boliviana de salida al mar. Sin el consentimiento de Lima –así lo establece el Tratado de 1929-, Bolivia no podría superar el enclaustramiento geográfico[6] porque la eventual cesión de territorio (por parte de Chile) se realizaría sobre antiguos dominios peruanos. Lo que le preocupa mucho a Morales es que si Perú triunfa en La Haya recibiría un mar recortado pues los precedentes indican que la Corte[7] ha fallado a favor de la línea bisectriz cuando existen fronteras adyacentes.
Nuestros países mantienen una relación vecinal cargada de tensiones por la diferencia ideológica de ambos gobiernos. Según, el ex canciller y embajador altiplánico, Armando Loaiza, entrevistado por el diario El País, “(…) el excesivo contenido ideológico vinculado a la construcción del eje La Paz-Caracas-La Habana, (…) relegan los intereses estratégicos y de afinidad que Bolivia estuvo privilegiando con su entorno, con sus vecinos”.
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[1] La violencia en la Amazonía tensó más las relaciones entre La Paz y Lima, luego de conocerse que Morales envió una carta a un congreso indígena celebrado a finales de mayo en Puno, donde justificaba la ‘rebelión’ contra las transnacionales.
[2] El discurso de Morales es esencialmente ‘mesiánico’ pues pretende liberar a las naciones del subcontinente donde los indígenas han sido explotados. La restauración de las culturas precolombinas es su meta a largo plazo.
[3] Según el Canciller, “(Evo Morales) está tratando de que en el Perú se den las condiciones que se dieron en Bolivia y que arrastraron al gobierno de Gonzalo Sánchez de Losada, primero, y de Carlos Mesa, después”.
[4] Empezaron en la década del 40’ y continuaron hasta los 80’. Redefinieron el espacio urbano y las relaciones sociales, dando lugar a diversas manifestaciones culturales como la ‘chicha’ y la revaloración de lo andino.
[5] El primer ministro, Yehude Simon, advirtió que “dicho mensaje provoca dificultades y puede incendiar la pradera”.
[6] Bolivia sufrió la pérdida de 120.000 kilómetros de litoral en la guerra del Pacífico (1879-1884).
[7] El artículo 15 de la Convención de los Derechos del Mar, que dice que "los países con fronteras adyacentes no tienen derecho de ampliar su mar territorial más allá de la línea media". Chile, por cierto, ratificó la Convención en 1997 expresando reserva en cuanto a los límites. Pero si el Perú llevara el asunto a la Corte Internacional seguramente ganaría con algunos ajustes equitativos. El diferendo marítimo abarca un área de más de 35,000 kilómetros cuadrados.
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