martes, 7 de julio de 2009

Golpe de Estado en Honduras: el no intervencionismo norteamericano



Golpe de Estado en Honduras: el no intervencionismo norteamericano



Por César Reyna


En el siglo pasado, sobre todo durante el período de la Guerra Fría, los golpes de Estado en Latinoamérica no podían ejecutarse sin el consentimiento de Washington. Muchos se fraguaron directamente en el departamento de Estado, el Pentágono o la CIA para remover a gobiernos pro comunistas o impedir el ascenso de sectores vinculados con la izquierda radical. En aquellos tiempos se necesitaba la luz verde del todopoderoso norte para que los militares y las oligarquías de la región se sintieran respaldados.

Esas tristes épocas parecen ser parte de la historia ahora que Estados Unidos ha asumido un papel no intervencionista. Desde que Barack Obama asumió sus funciones, la Casa Blanca ha revitalizado el concepto de ‘poder blando’ o soft power (1) ideado por Joseph S. Nye. Este poder implica, en el campo de las relaciones internacionales, reemplazar la confrontación y la amenaza de administraciones anteriores –como la de George W. Bush- por la persuasión y el diálogo directo. Para legitimar el cambio de orientación, Obama tuvo que tomar medidas drásticas como cerrar la truculenta prisión de Guantanamo con el propósito de recuperar liderazgo en materia de derechos humanos. Si la superpotencia no predicaba con el ejemplo no tendría autoridad moral ni capacidad de sugestión para luchar contra regímenes antidemocráticos y el terrorismo global.

El restablecimiento de ese poder, aplicado por última vez desde la Administración de Bill Clinton, restituye dos principios básicos como el respeto a la soberanía de los Estados y el reconococimiento de las diferencias ideológicas que separan a Estados Unidos de otros miembros de la comunidad internacional. Esto último puede apreciarse en la manera que Obama y su secretaria de Estado, la senadora Hillary Clinton, se han aproximado a gobiernos como los de Cuba e Irán, por citar dos ejemplos, ya que hasta hace poco parecía imposible mantener negociaciones directas con países totalitarios. Para algunos analistas, sin embargo, la apertura ha significado debilidad en momentos que Estados Unidos debe estabilizar Medio Oriente y evitar la proliferación nuclear.

Ayer en Moscú, mientras Obama declaraba de manera conjunta con su homólogo ruso, Dimitri Medvedev, dijo que su Administración “no buscará imponer ningún sistema de Gobierno a ningún país y no intentará elegir qué partido o individuo debe gobernar en un Estado”. Esto es positivo porque su antecesor hizo todo lo contrario cuando invadió Iraq sin autorización del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Pero también abre la puerta para que determinados grupos de poder rompan el orden constitucional ante el perfil bajo que asume Estados Unidos. Como Washington ha relegado a la región desde la caída de la Unión Soviética y ha decido no intervenir en asuntos internos, estos actores sienten que ya no necesitan consultar (2) sus conspiraciones antidemocráticas.

Tras la crisis política desatada en Honduras el rol de Estados Unidos no debería ser pasivo porque dejaría de ser garante de las libertades fundamentales y la democracia en la región. Si Obama quiere recuperar el protagonismo de su país debería presionar a los usurpadores para que entreguen el poder. Haber reconocido a Manuel Zelaya como legítimo gobernante de Honduras no es suficiente a menos que se tomen medidas que restituyan al régimen anterior. En ese sentido la aplicación de sanciones debería ser considerada por la Casa Blanca para no permitir que fuerzas políticas, económicas y sociales resuelvan sus diferencias de manera violenta.

La secretaria Clinton recibirá esta tarde al presidente hondureño Manuel Zelaya para buscar soluciones a la crisis. A la par de sus esfuerzos diplomáticos, una delegación del Gobierno de facto acudirá a la sede de la OEA para explicar las razones que motivaron el golpe. Los emisarios de Roberto Micheletti, el mandatario en funciones, señalan que no han sido debidamente escuchados y que sólo ha sido atendida la versión del mandatario depuesto.

El compromiso de Washington con los sistemas democráticos debe definirse de una vez. Ahora le corresponde a Obama actuar de manera más enérgica luego de las fallidas gestiones que realizó el secretario general de la OEA durante su visita a Tegucigalpa. Pese a sus graves problemas internos y su complicada agenda internacional, sólo Estados Unidos podría obligar a los golpistas a volver sobre sus pasos.

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(1) Nye, catedrático en la Universidad de Harvard, también lo define como “lograr que otras naciones ambicionen lo que nosotros (Estados Unidos) ambicionamos”. Aquello podría ser la paz, la consagración de la democracia, el desarrollo sostenible, la ratificación del Protocolo de Kioto, el cumplimiento de las Metas del Milenio, etc.

(2) La última vez que consultaron con Washington fue cuando el controvertido presidente venezolano Hugo Chávez fue arrestado por tropas golpistas en 2002. Ese año Estados Unidos le bajó el pulgar a los conspiradores a pesar de discrepar con el modelo que Chávez estaba implementando.



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