Por Cèsar Reyna
La presencia de tropas, asesores y contratistas norteamericanos en Colombia puede entenderse de dos formas: 1) como un seguro para impedir un eventual ataque venezolano, y 2) para incursionar impunemente, en caso sea necesario, en territorios ajenos con el propósito de ejecutar operativos como el realizado en Ecuador en marzo de 2008, el cual causó la muerte de Raúl Reyes, uno de los principales cabecillas de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), y la ruptura de relaciones entre Colombia y Ecuador.
Colombia puede sentirse más protegida ahora que ha roto el equilibrio estratégico con sus vecinos, sobre todo con Venezuela, país que ha adquirido armamento sofisticado de Rusia por 7 mil millones de dólares en los últimos tres años.
El presidente venezolano Hugo Chávez ha afirmado, antes de la Cumbre de Unasur en Bariloche, que Estados Unidos buscaría apoderarse de la Faja del Orinoco, el área más rica en petróleo del continente, cuando ocupe siete bases colombianas. Sin embargo, la superpotencia no tendría la intención de convertir a Venezuela en otro Iraq. Imaginar una invasión, para empezar, es contraria a la diplomacia establecida por Obama que no busca la confrontación o el aislamiento perpetuo de sus rivales, sino el diálogo para aliviar tensiones geopolíticas.
Sería un despropósito capturar los yacimientos venezolanos pues ocasionaría la subida inmediata del petróleo a niveles inusitados en el corto plazo. Una guerra a estas alturas no sólo deterioraría la imagen internacional de Estados Unidos, sino que profundizaría la recesión de la que trata de salir.
Ahora bien, los más perjudicados con la decisión colombiana de permitir el ingreso de soldados norteamericanos son sin duda Ecuador y Venezuela. Estos dos países resultan afectados porque comparten frontera con Colombia y temen, con justa razón, el incremento del espionaje estadounidense en la región.
El tercer país afectado es Brasil. El gigante sudamericano ve con mucha preocupación que fuerzas norteamericanas tomen posiciones en el Amazonas, la mayor reserva natural del mundo. Brasil, a la vez que trata de preservar el área amazónica, desea mantenerla libre de potencias extranjeras.
La Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur), ideada por Lula da Silva para forjar una comunidad al margen de la gran potencia del norte, ha podido resquebrarse durante la reunión de ayer por las insalvables diferencias de Hugo Chávez con Álvaro Uribe. Si Lula no hubiera dicho basta de manera simbólica agitando su puño es probable que las naciones que presiden hubieran roto relaciones. Eso hubiera marcado el fin para el esfuerzo integracionista sudamericano, en el que Brasil juega un rol preponderante como mediador en las disputas subcontinentales.
Brasil no ha salido reforzado de la cita de Bariloche en Argentina ya que tuvo que aceptar de manera resignada la presencia militar norteamericana; pero tampoco ha perdido mucho pues salvó a Unasur de la debacle.
Los argumentos esgrimidos por Uribe para justificar la colaboración con los estadounidenses no resultan convincentes en la medida que la guerrilla viene siendo acorralada. Los principales líderes de las FARC han muerto de causas naturales como Manuel Marulanda alias ‘Tirofijo’, o en operaciones militares como Raúl Reyes. Ahora mismo ocupan mucho menos territorios al punto que deben refugiarse en las fronteras abandonando campamentos, armas y documentación. Años atrás podía tener sustento la participación de los norteamericanos, sobre todo durante los 80, cuando los cárteles colombianos dominaban el comercio de la droga, pero no ahora que el control de las rutas hacia Estados Unidos se ha desplazado a México, donde la situación es verdaderamente insostenible.
Colombia es hoy en día un país mucho más seguro pues se promociona internacionalmente como un lugar para invertir y quedarse a vivir (recodar la publicidad: “Colombia, el riesgo es que te quiera quedar”). La violencia ha disminuido fruto de la desmovilización de guerrilleros y paramilitares y las constantes acciones contra las FARC. Por eso no se explica, desde el punto de vista de Uribe, el ingreso de soldados y especialistas de Estados Unidos para combatir a dos flagelos íntimamente vinculados como el terrorismo y el narcotráfico. México, que atraviesa una situación bastante peor -y al que un reporte norteamericano calificó de país inviable-, no ha solicitado la presencia “salvadora” de su poderoso vecino del norte.
En cuanto a la lucha contra el narcotráfico, ese tema viene siendo utilizado desde hace tiempo por Estados Unidos para tener injerencia en la región. Si no lo ha combatido más eficazmente ni ha legalizado el consumo de drogas, es porque, muy a parte de las consideraciones morales de su sociedad, no tiene mayor interés en hacerlo por una finalidad geopolítica. El Pentágono podría argumentar que necesitan espacios en Sudamérica para vigilar vuelos sospechosos e interceptar comunicaciones de jefes guerrilleros y mafiosos, y también que necesitan reubicar a su personal y trasladar equipos tras el cierre de la base ecuatoriana de Manta en setiembre. En ese sentido también podrían argumentar que la poca colaboración que reciben de autoridades venezolanas, ecuatorianas y bolivianas dificulta la lucha antidrogas. Pero todo ello no serían más que excusas, aun cuando la producción de cocaína ha aumentado, para seguir interviniendo en su acostumbrado “patio trasero”.
Uribe es el que mejor ha capitalizado la ira de Chávez pues busca afanosamente la reelección. Enemistarse con el líder venezolano le garantiza la reforma de la Constitución de su país para postular nuevamente al cargo.
Por eso el presidente colombiano insistió en la televisación de la reunión de Bariloche para que el electorado colombiano visualice la confrontación con su homólogo venezolano, a quien acusa de amenazar a su soberanía y tener vínculos con las FARC. Uribe sin duda salió ganando de Bariloche pues no hubo condena a nivel regional (por la presencia norteamericana) y se fortalece a nivel interno ya que el peligro chavista le asegura un nuevo mandato.
El mandatario que más criticó, y con acierto, las intervenciones de Álvaro Uribe, fue Rafael Correa, pues le demostró que su Gobierno combate a las FARC, con las que Uribe pretende vincularlo, anunciando la detención de líderes de la guerrilla en territorio ecuatoriano.
En lo que respecta a nuestro presidente, éste limitó a criticar las adquisiciones militares en el subcontinente, en clara alusión a Chile, país que viene reequipándose aceleradamente. En los últimos cinco años Santiago ha incrementado su gasto en armas en 49%. Su participación más lúcida estuvo dirigida a Hugo Chávez, a quien le recordó que Estados Unidos no tenía por qué apoderarse del petróleo venezolano ya que es su principal cliente.
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