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miércoles, 16 de septiembre de 2009

Chile rechaza pacto peruano de no agresión

Jose Antonio Garcìa Belaunde, canciller peruano



Propuesta del presidente peruano Alan García presentada en la cumbre de Unasur en Washington no prosperó porque canciller chileno Mariano Fernández consideró que el lenguaje empleado es propio de un escenario bélico

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Por Cèsar Reyna



Hizo bien el jefe de la diplomacia chilena en rechazar el pedido del mandatario peruano porque Latinoamérica no se encuentra inmersa en un clima de preguerra como el que atravesó Europa antes de las dos primeras conflagraciones mundiales, donde los pactos y alianzas militares estuvieron a la orden del día. Un acuerdo de esa naturaleza solamente hubiera incrementado la desconfianza en lugar de reforzar la integración ya que terminan rompiéndose a la larga o fomentando el armamentismo.


La historia del siglo XX nos ha enseñado que los pactos de no agresión, lejos de disminuir las preocupaciones, las elevan, pues el país que apuesta por la paz tiende a desarmarse y que el toma algunas precauciones a armarse, lo que genera un evidente desbalance militar. La desigualdad en el terreno armamentístico incentiva al país mejor preparado a lanzar una ofensiva como ocurrió con la Alemania nazi contra los soviéticos en la Segunda Guerra Mundial, quienes debieron recurrir a los norteamericanos y su tecnología para igualar el poder de fuego de su rival.


Lo más probable es que los países que firman ese tipo de tratados comiencen a rearmarse tratando de equiparar las adquisiciones de sus vecinos, desatando así una carrera armamentista. Aumentar el gasto en defensa en países pobres es contraproducente porque existen numerosas necesidades sociales por atender. Lo mejor que se podría hacer es limitar las compras de armamento a un porcentaje del PBI, es decir, que sea proporcional al tamaño de sus economías y se justifique según las necesidades de reposición de equipos de sus institutos armados. No solo es necesaria la transparencia del gasto militar propuesta inicialmente por el Gobierno de Michelle Bachelet y secundada por el de García, sino homologar las compras a un determinado estándar para no originar desequilibrios ni alimentar tensiones.


García quiso poner entre la espada y la pared a Chile cuando le propuso suscribir un pacto de no agresión. Él sabía perfectamente que los sureños iban a rechazar su planteamiento y conto con eso para presentarse como un buscador de la paz. La estrategia del mandatario incaico de presentar a nuestro vecino como un país belicoso no tiene asidero pues Chile es uno de los países más estables de la región; algo que no se podría decir precisamente de Perú porque existe el riesgo de que el candidato ultranacionalista Ollanta Humala pase a la segunda vuelta en las próximas elecciones presidenciales.


Chile, a diferencia de Perú, no se debate entre extremismos políticos pues ha consolidado su democracia. Chile no tiene intención de atacar a nadie a menos que se sienta amenazado o provocado. Si ha iniciado desde hace varios años un programa de reequipamiento se debe principalmente a la renovación de sus equipos para adecuarlos a las necesidades de su defensa. Por su longitud de costas debe cubrir un mar extenso y varios miles de kilómetros de tierra a pesar de ser una franja trascordillerana. Además, el Gobierno de Bachelet anunció hace poco que suspenderá el canon que reciben las Fuerzas Armadas Chilenas proveniente de los ingresos del cobre (de la compañía Codelco, la mayor cuprífera del mundo). Con ello reducirá su presupuesto militar significativamente ya que actualmente perciben el 10% de las ventas.


El gran temor de Santiago es que se presente un escenario donde gane el candidato de la derecha chilena, Sebastián Piñera, uno de los hombres más acaudalados de su país, y triunfe en los comicios peruanos el ex oficial Ollanta Humala Tasso porque ello podría ocasionar la intromisión del presidente venezolano Hugo Chávez en sus asuntos internos. Si Chile es gobernado por la derecha existe la posibilidad de que tanto Chávez como el presidente boliviano Morales generen tensiones por su orientación ideológica. Morales ya expresó en una oportunidad su descontento a que ganara Piñera porque abraza el neoliberalismo, una corriente repudiada por ambos mandatarios socialistas.


Nuestros vecinos son los que más perderían iniciando una guerra porque perderían las inversiones realizadas en el país (que suman varios miles de millones de dólares), echarían por tierra su imagen y su respeto por el derecho internacional. Cabe recordar que Chile se opuso, durante el Gobierno de Ricardo Lagos, a la invasión norteamericana de Iraq, a pesar que Estados Unidos lo chantajeaba con dilatar las negociaciones de su Tratado de Libre Comercio (TLC), el primero que suscribió un país de la región con la superpotencia. Esto demuestra que Chile siempre ha respetado las leyes internacionales que prohíben la guerra, por lo menos desde que retornó a la democracia en 1990, como medio de solución de diferencias entre dos o más Estados.


Humala les preocupa mucho porque ha confesado ser admirador del pensamiento del ex dictador peruano Juan Velasco Alvarado, quien gobernó Perú tras derrocar a Fernando Belaunde Terry en 1968. Velasco tenía planes concretos de invadir Chile para recuperar las provincias perdidas durante la Guerra del Pacífico (1879- 1884). Pero un golpe producido al interior del Ejército paralizó la incursión militar que debía producirse en 1975.


Entonces, la combinación de un triunfo de Humala con una victoria de Piñera, el favorito para ganar las elecciones chilenas, podría crear un clima de tensión en nuestra frontera sur. A esto habría que agregar la controversia planteada por Perú en la Corte Internacional de Justicia de La Haya para definir nuestros límites marítimos. La demanda presentada podría el detonante de un conflicto si las partes no respetan la resolución de la Corte.




sábado, 29 de agosto de 2009

Cumbre de Unasur: Uribe salió ganando


Por Cèsar Reyna


La presencia de tropas, asesores y contratistas norteamericanos en Colombia puede entenderse de dos formas: 1) como un seguro para impedir un eventual ataque venezolano, y 2) para incursionar impunemente, en caso sea necesario, en territorios ajenos con el propósito de ejecutar operativos como el realizado en Ecuador en marzo de 2008, el cual causó la muerte de Raúl Reyes, uno de los principales cabecillas de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), y la ruptura de relaciones entre Colombia y Ecuador.


Colombia puede sentirse más protegida ahora que ha roto el equilibrio estratégico con sus vecinos, sobre todo con Venezuela, país que ha adquirido armamento sofisticado de Rusia por 7 mil millones de dólares en los últimos tres años.


El presidente venezolano Hugo Chávez ha afirmado, antes de la Cumbre de Unasur en Bariloche, que Estados Unidos buscaría apoderarse de la Faja del Orinoco, el área más rica en petróleo del continente, cuando ocupe siete bases colombianas. Sin embargo, la superpotencia no tendría la intención de convertir a Venezuela en otro Iraq. Imaginar una invasión, para empezar, es contraria a la diplomacia establecida por Obama que no busca la confrontación o el aislamiento perpetuo de sus rivales, sino el diálogo para aliviar tensiones geopolíticas.


Sería un despropósito capturar los yacimientos venezolanos pues ocasionaría la subida inmediata del petróleo a niveles inusitados en el corto plazo. Una guerra a estas alturas no sólo deterioraría la imagen internacional de Estados Unidos, sino que profundizaría la recesión de la que trata de salir.


Ahora bien, los más perjudicados con la decisión colombiana de permitir el ingreso de soldados norteamericanos son sin duda Ecuador y Venezuela. Estos dos países resultan afectados porque comparten frontera con Colombia y temen, con justa razón, el incremento del espionaje estadounidense en la región.


El tercer país afectado es Brasil. El gigante sudamericano ve con mucha preocupación que fuerzas norteamericanas tomen posiciones en el Amazonas, la mayor reserva natural del mundo. Brasil, a la vez que trata de preservar el área amazónica, desea mantenerla libre de potencias extranjeras.


La Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur), ideada por Lula da Silva para forjar una comunidad al margen de la gran potencia del norte, ha podido resquebrarse durante la reunión de ayer por las insalvables diferencias de Hugo Chávez con Álvaro Uribe. Si Lula no hubiera dicho basta de manera simbólica agitando su puño es probable que las naciones que presiden hubieran roto relaciones. Eso hubiera marcado el fin para el esfuerzo integracionista sudamericano, en el que Brasil juega un rol preponderante como mediador en las disputas subcontinentales.


Brasil no ha salido reforzado de la cita de Bariloche en Argentina ya que tuvo que aceptar de manera resignada la presencia militar norteamericana; pero tampoco ha perdido mucho pues salvó a Unasur de la debacle.


Los argumentos esgrimidos por Uribe para justificar la colaboración con los estadounidenses no resultan convincentes en la medida que la guerrilla viene siendo acorralada. Los principales líderes de las FARC han muerto de causas naturales como Manuel Marulanda alias ‘Tirofijo’, o en operaciones militares como Raúl Reyes. Ahora mismo ocupan mucho menos territorios al punto que deben refugiarse en las fronteras abandonando campamentos, armas y documentación. Años atrás podía tener sustento la participación de los norteamericanos, sobre todo durante los 80, cuando los cárteles colombianos dominaban el comercio de la droga, pero no ahora que el control de las rutas hacia Estados Unidos se ha desplazado a México, donde la situación es verdaderamente insostenible.


Colombia es hoy en día un país mucho más seguro pues se promociona internacionalmente como un lugar para invertir y quedarse a vivir (recodar la publicidad: “Colombia, el riesgo es que te quiera quedar”). La violencia ha disminuido fruto de la desmovilización de guerrilleros y paramilitares y las constantes acciones contra las FARC. Por eso no se explica, desde el punto de vista de Uribe, el ingreso de soldados y especialistas de Estados Unidos para combatir a dos flagelos íntimamente vinculados como el terrorismo y el narcotráfico. México, que atraviesa una situación bastante peor -y al que un reporte norteamericano calificó de país inviable-, no ha solicitado la presencia “salvadora” de su poderoso vecino del norte.


En cuanto a la lucha contra el narcotráfico, ese tema viene siendo utilizado desde hace tiempo por Estados Unidos para tener injerencia en la región. Si no lo ha combatido más eficazmente ni ha legalizado el consumo de drogas, es porque, muy a parte de las consideraciones morales de su sociedad, no tiene mayor interés en hacerlo por una finalidad geopolítica. El Pentágono podría argumentar que necesitan espacios en Sudamérica para vigilar vuelos sospechosos e interceptar comunicaciones de jefes guerrilleros y mafiosos, y también que necesitan reubicar a su personal y trasladar equipos tras el cierre de la base ecuatoriana de Manta en setiembre. En ese sentido también podrían argumentar que la poca colaboración que reciben de autoridades venezolanas, ecuatorianas y bolivianas dificulta la lucha antidrogas. Pero todo ello no serían más que excusas, aun cuando la producción de cocaína ha aumentado, para seguir interviniendo en su acostumbrado “patio trasero”.


Uribe es el que mejor ha capitalizado la ira de Chávez pues busca afanosamente la reelección. Enemistarse con el líder venezolano le garantiza la reforma de la Constitución de su país para postular nuevamente al cargo.


Por eso el presidente colombiano insistió en la televisación de la reunión de Bariloche para que el electorado colombiano visualice la confrontación con su homólogo venezolano, a quien acusa de amenazar a su soberanía y tener vínculos con las FARC. Uribe sin duda salió ganando de Bariloche pues no hubo condena a nivel regional (por la presencia norteamericana) y se fortalece a nivel interno ya que el peligro chavista le asegura un nuevo mandato.


El mandatario que más criticó, y con acierto, las intervenciones de Álvaro Uribe, fue Rafael Correa, pues le demostró que su Gobierno combate a las FARC, con las que Uribe pretende vincularlo, anunciando la detención de líderes de la guerrilla en territorio ecuatoriano.


En lo que respecta a nuestro presidente, éste limitó a criticar las adquisiciones militares en el subcontinente, en clara alusión a Chile, país que viene reequipándose aceleradamente. En los últimos cinco años Santiago ha incrementado su gasto en armas en 49%. Su participación más lúcida estuvo dirigida a Hugo Chávez, a quien le recordó que Estados Unidos no tenía por qué apoderarse del petróleo venezolano ya que es su principal cliente.