sábado, 4 de julio de 2009

Reflexiones a raíz de la liberación de Rómulo León




Reflexiones a raíz de la liberación de Rómulo León



Si el presidente venezolano Hugo Chávez quisiera ‘tumbarse’ la democracia peruana debería dedicarse a destapar casos de corrupción que involucran al Gobierno de Alan García en lugar de promover la convulsión en el interior del país
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Por César Reyna




Nada sería más efectivo para los ‘antisistema’ –para derribar el desigual sistema neoliberal- que descubrir escándalos y contubernios que amenacen la estabilidad política del segundo. Sólo una estrategia de esas características desacreditaría al modelo pues revelaría las turbias ramificaciones de un Estado al servicio de las minorías, es decir, de las clases sociales dominantes. Una vez desenmascarados, tanto políticos como empresarios, el sistema no los procesará porque son intocables (pertenecen a las altas esferas del poder y la sociedad). Ante la magnitud del descubrimiento o serie de descubrimientos, la opinión pública reclamaría un cambio radical asqueada de la inmunidad que blinda a las cúpulas.

En Perú, los partidos tradicionales y los inversionistas privados han formando una alianza similar a la que establecieron la monarquía francesa y el alto clero antes de la Revolución Francesa (1789- 1799) para obstaculizar las demandas y aspiraciones del Tercer Estado, el pueblo. Ambas juegan juntas como si la política se tratara de un partido de tenis de dobles. Siempre han andado en las buenas y en las malas, pero desde el fujimorato (1990-2000) han estrechado sus vínculos y perfeccionado sus estrategias con el fin asegurar la ‘gobernabilidad’, que no es otra cosa que la preservación del modelo.

En el pasado carecían de una ideología y un lenguaje económico comunes que articulara su discurso; pero tras el Consenso de Washington encontraron la receta ideal para preservar sus privilegios y espolvorear un poco de crecimiento sobre la población (luego lo denominaron ‘chorreo’). El neoliberalismo funcionó durante los primeros años porque atrajo capitales que generaron trabajo, nuevos productos y mejores servicios; pero las ventajas de la apertura de diluyeron porque se flexibilizó el mercado laboral y empeoraron las condiciones de trabajo. Por si fuera poco, el modelo, tal como había sido diseñado, no podía incluir a las grandes mayorías dentro de la formalidad (la economía de mercado). Los que no podían incorporarse ya sea por su deficiente formación educativa o falta de contactos –ambas barreras son culpa del Estado pues no se preocupó por la calidad de la educación ni instituyó la meritocracia-, debieron permanecer en la informalidad. A los de ‘abajo’ se les pedía que tuvieran paciencia ya que pronto llovería parejo para todos pero eso nunca sucedió. Cuando llovió, la riqueza se quedó empozada en las capas superiores a falta de canales redistribuidores. A pesar del ‘boom’ agroexportador y la elevación del precio de commodities como los minerales, las principales actividades generadoras de ingresos para el país, la desigualdad se mantuvo según un reciente estudio de la CEPAL.

El crecimiento económico sólo ha beneficiado a los que se ubican en la cima. La inversión privada, elevada por García al nivel de principio fundamental del desarrollo, no ha sido suficiente para reducir la pobreza y las brechas entre los extremos de la pirámide social. Durante algún tiempo se trató de hacernos creer que habría beneficios pero solamente fue un espejismo. Ahora que comienza un nuevo período de vacas flacas, el Gobierno asegura que mantendremos cifras positivas este año –amañadas por el INEI, desde luego- para no desmoronar los ánimos de los inversionistas y consumidores.

El modelo que nos rige está agotado aquí y en la China, aunque en la China nunca ha operado como en otras latitudes porque el Estado realiza gran parte de la actividad económica (controla puertos, refinerías de petróleo, terminales aéreos, siderúrgicas, etc.). Convendría no sólo hacerle ajustes, que nunca se han hecho porque los gobernantes de turno dirigieron la economía en piloto automático (sin hacer absolutamente nada), sino introducir reformas que cambien la matriz energética y económica para dejar de ser un país que depende exclusivamente de la venta de productos primarios. Las transformaciones, está claro, no pueden realizarlas quienes han defendido a ultranza el status quo. Los que han impedido que nada cambie son los menos idóneos para llevarlas a cabo a pesar de sus promesas de “cambio responsable”, en referencia a Alan García, quien durante la campaña de 2001 dijo que haría reformas sin subvertir el orden en contraposición a su rival nacionalista, Ollanta Humala.

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Pd: La desigualdad ante la ley, por ejemplo, ha sido recientemente evidenciada en el caso de Rómulo León Alegría porque se trata de un personaje relacionado con importantes dirigentes del partido de gobierno. Los peces gordos nunca van a la cárcel o salen rápidamente de ella. La salud de la justicia de un país se mide, en parte, cuando los ricos también van a la cárcel.



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