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viernes, 3 de julio de 2009

El club de los presidentes autoritarios: crítica a Andrés Oppenheimer

Crítica a Andrés Oppenheimer



El galardonado periodista del Miami Herald publicó un reciente artículo sobre la democracia en América Latina. En él resumió los pasos que han seguido un puñado de mandatarios latinoamericanos para “perpetuarse en el poder”
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Por César Reyna


Andrés Oppenheimer considera que Hugo Chávez, Rafael Correa, Evo Morales y el defenestrado Manuel Zelaya siguen –o seguían– un guión cuyo propósito es “desmantelar” el modelo democrático.

La primera medida o “acto” que realizan antes de convertirse en jefes de Estado es presentarse como un outsider o “líder antisistémico” que ofrece cambios radicales y luchar contra la corrupción. Para ganar notoriedad suelen encabezar protestas multitudinarias, como en el caso de Evo Morales, o intentan derrocar al gobernante de turno como Hugo Chávez. Pero ésas no han sido las únicas estrategias de exposición mediática de los ‘antisistema’ pues Ollanta Humala, el candidato nacionalista peruano, se sublevó en el sur cuando era comandante del Ejército. Su desobediencia fue pacífica pues desconoció la autoridad del corrupto Alberto Fujimori marchando con un batallón de conscriptos por la serranía; para luego entregarse a la Justicia Militar sin disparar un solo tiro.

El segundo acto, según Oppenheimer, consiste en reformar la Constitución “tras ganar la elección presidencial”. Esto con el propósito de introducir “una cláusula que permita la reelección”. Oppenheimer olvida que los cambios no los hacen Chávez, Evo Morales ni Rafael Correa por su cuenta pues necesitan el consentimiento popular. En todos esos casos es el pueblo el que decide si aprueba -o no- las modificaciones constitucionales.


Si esos presidentes buscan la reelección inmediata es porque en pocos años de gobierno no podrían realizar todos los cambios que pretenden. Un período no basta para combatir la pobreza, desterrar la corrupción y reducir la desigualdad. La mayoría de mandatarios socialistas entiende que las políticas sociales necesitan continuidad para generar resultados; de lo contrario sus efectos positivos se diluyen o pierden en el tiempo. La temida perpetuación o, mejor dicho, continuidad, es sólo un aspecto del complejo proceso de transformación política que se desarrolla en varias naciones latinoamericanas. Además, esta extensión o prolongación del mandato no sería posible si la ciudadanía venezolana, boliviana y ecuatoriana no avalara la permanencia de sus respectivos gobernantes. En todo ello el pueblo juega un papel crucial pues determina la persistencia o cancelación del modelo. Ni Chávez, Morales o Correa son dictadores pues se someten regularmente al escrutinio popular, es decir, permiten elecciones libres, las que son rigurosamente supervisadas por organismos internacionales como la OEA.

En Venezuela y Ecuador, por si fuera poco, existe el referéndum revocatorio. Esta novedosa figura permite que la población pueda destituir al presidente cuando lo desee. El ejercicio de dicha potestad adelanta el calendario electoral pues el dignatario revocado ya no puede seguir en el cargo hasta culminar su período. Hugo Chávez ya pasó por ese examen cuando la oposición convocó la consulta hace un par de años, de la cual salió victorioso. En las constituciones liberales de la región, sin embargo, el referéndum no ha sido incorporado, por lo que muchos ciudadanos sudamericanos tendrían, en comparación con los venezolanos y ecuatorianos, menores facultades y derechos. En la mayoría de países la revocación sólo procede para vacar autoridades municipales y regionales, pero no al presidente de la República o congresistas. Si por la vía del sufragio popular muchos llegan al poder, sería lógico que por esa vía también puedan ser expulsados.

Ahora bien, si la reelección es mal vista en muchos países de habla hispana se debe a que gobiernos de derecha como el de Alberto Fujimori abusaron sistemáticamente del poder. Cuando éste renunció cobardemente por fax desde Malasia se prohibió la postulación del presidente en funciones. Alan García, defensor del modelo neoliberal en el Perú, también ha coqueteado con la reelección
[1] cuando la economía marchaba bien y no habían disturbios sociales. Lo mismo parecer ocurrir con Álvaro Uribe en Colombia pues apunta a un tercer mandato amparado en la popularidad que le dio la liberación de Ingrid Betancourt y otros rehenes que estaban en manos de las FARC.

En el tercer acto Oppenheimer menciona que, una vez “aprobada la Constitución”, los presidentes socialistas “adelantan las elecciones” (para consolidar los cambios, suponemos). Esto, en principio, no tiene nada malo pues el nuevo orden necesita ser ratificado por el voto popular. Además adelantar la fecha de los comicios le ofrece una nueva oportunidad a la oposición para derrotar al oficialismo de turno. No vemos nada de pernicioso o malévolo en ese paso, y menos si lo autoriza la nueva Carta Magna. Oppenheimer debería recordar que el primer mandatario que plasmó lo que advierte en Chávez y compañía fue el reo Alberto Fujimori, un neoliberal. Muchos recordaran que el ex presidente peruano convocó elecciones para conformar el Congreso Constituyente después de dar un golpe atípico (cerró el Parlamento y controló el Poder Judicial el 5 de abril de 1992). Cuando Chávez rediseñó la Ley Fundamental se sometió a un proceso electoral; pero no así Fujimori, quien sólo permitió elecciones congresales un año después de gobernar de facto.

En el cuarto acto, Oppenheimer dice: “Una vez reelecto, (la consigna es) acusar a Estados Unidos, la Iglesia y la oligarquía de intentar un magnicidio, y usar ese pretexto para encarcelar a los líderes de oposición y cerrar medios de comunicación críticos, preparando el terreno para gobernar con una oposición simbólica y asumir poderes absolutos”. Esta afirmación se cae por su propio peso pues Estados Unidos tiene un amplio historial de intervenciones en la región. Basta recordar el golpe de Estado contra Salvador Allende en 1973; el caso Irán-Contra en Nicaragua, donde la Administración de Ronald Reagan tuvo tratos con carteles del narcotráfico; la invasión de Bahía de Cochinos en Cuba, operación orquestada por la CIA; los sucesivos intentos de asesinato contra Fidel Castro, por citar algunos. En el caso venezolano, Oppenheimer olvida que la oligarquía caraqueña ejecutó un fallido golpe de Estado en 2002. La clase dominante lo planeó con ayuda de algunos jefes militares y las televisoras Globovisión y RCTV (clausurada en 2007). Si Chávez hubiera querido apresar a las cabezas golpistas no hubiera permitido que dos importantes empresarios involucrados abandonen el país. Las citadas emisoras, por su parte, estuvieron detrás del complot porque hicieron llamados (a su audiencia) a respaldar el golpe, pero Chávez no tomó represalias inmediatas contra ellas. Nada hubiera impedido que las autoridades les quitaran las licencias por atentar contra la democracia; sin embargo Chávez las mantuvo en el aire. Los medios en Venezuela no sólo son “críticos” como lo quiere hacer ver Oppenheimer pues desde sus frecuencias han promovido delitos.

En cuanto al papel simbólico de la oposición en Venezuela, por mencionar el caso más conocido, no es culpa de Chávez que no tenga más participación porque sus dirigentes eligieron no presentarse a las elecciones para la Asamblea Nacional con el fin de sabotear el proceso. Si Chávez ha incrementado su poder se debe a la irresponsabilidad de dejarlo competir solo, de ahí que haya implementado una serie de cambios que intranquiliza a sus rivales (como restarles atribuciones a los alcaldes opositores creando gobernadores por encima de ellos).

Si la derecha tradicional no ha podido imponerse hasta ahora es porque no representa una alternativa a Chávez, Morales y Correa. En el pasado tuvieron su oportunidad y gobernaron bastante mal, la mayoría de veces contra el interés general. En estos momentos está demasiado desacreditada como para aspirar seriamente al poder. Su legado de ineficiencia, desigualdad y corrupción lastra severamente sus ambiciones políticas.




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[1] Lo sugirió Mauricio Mulder, secretario general del Apra.


martes, 8 de enero de 2008

Incentivos para el futuro: Corrigiendo la caricatura

Un brillante artículo de John Edmunds para América Economía hace un punto aparte de la imprecisa opinión de los americalatinólogos dispersos en el primer mundo. Con un sobrio dominio de razonamiento financiero rescata procedimientos que podrían alejarnos del subdesarrollo en una generación. Para el caso peruano, reservamoral.org considera que este tipo de procedimiento sería posible en una segunda generación, ya que la primera generación podría estudiar en una universidad "lemmon", y el aprendizaje por el error se corregiría en la segunda generación, tanto con la nueva universidad para elegir, como con la facilidad de las "lemmons" para tranformarse en verdaderas universidades.



John C. Edmunds

Doctor en Administración
de Empresas de la
Universidad de Harvard,
profesor de finanzas
de Babson College
en Boston y coautor
de Wealth by Association.

Finanzas / Opinión
Corrigiendo la caricatura

En Europa, Canadá y Estados Unidos, la mayoría de las personas con un nivel de educación alto cree que las economías de América Latina se conforman, en su mayor parte, de haciendas y minas, y que las clases medias son pequeñas. Esta idea es extraordinariamente rígida y duradera. Y muchas personas bien preparadas en Nueva York, Londres y París se niegan a cambiar esta distorsionada caricatura de la economía latinoamericana.

Seguramente la aprendieron hace ya un tiempo, pero la internalizaron tan férreamente que hoy escuchan evidencia sobre su imprecisión y aun así vuelven a ella. En algún punto en sus conversaciones sobre América Latina repiten el obviamente falso argumento de que la agricultura y minería requieren una vasta mano de obra no preparada y muy pocos trabajadores de alto nivel educacional. Esa, afirman como algo indiscutible, es la razón de fondo por la cual las clases medias de América Latina son tan pequeñas, y por la cual las condiciones de vida de los latinoamericanos son tan precarias.


Esta representación de las economías latinoamericanas no es más acertada que muchos otros mitos y pedazos de desinformación que, juntos, constituyen la sabiduría convencional que las personas semiinformadas propugnan.

Pero la verdad es notablemente diferente de la caricatura: la parte del PIB de la región que viene de la agricultura y la minería era del 9,7% en 1995. En 2005, un año de precios altos para los commodities, la cifra subió sólo a 9,9%. Para esos mismos años, los servicios financieros y el real estate generaron el 17,7% y el 17,4% del PIB respectivamente, y el comercio (minorista y mayorista), hoteles y restaurantes generaron el 13% y el 13,2%.

Estas cifras muestran que las economías de la región están produciendo servicios, incluyendo los más sofisticados. Para continuar ofreciéndolos e incluso aumentar su producción, las economías necesitan un creciente número de trabajadores con entrenamiento sofisticado.


Mientras tanto, la distribución de la riqueza financiera se hace cada vez más desigual. Esto causa frustración porque la riqueza crece muy rápido, pero sus beneficios han sido inadecuadamente distribuidos. Se necesita un mecanismo para llevar la nueva riqueza a los segmentos de la población que no han sido beneficiados.


Hay muchas maneras de aprovechar esta riqueza. El método que aquí propongo usa incentivos tributarios para aumentar el monto de los préstamos universitarios y bajar los costos a los estudiantes que necesitan el dinero.

En todos los países hay estudiantes que no pueden completar la educación secundaria o universitaria porque no pueden pagar comisiones o necesitan trabajar para pagar vivienda y alimentación. En un nivel agregado, podrían ganar lo suficiente como para repagar créditos, pero hay dos obstáculos. El primero es que individualmente no pueden dar garantías y el segundo es que deberían pagar una alta tasa de interés debido a que los créditos son riesgosos.


El primer problema puede ser solucionado creando pools de créditos. Si la tasa de recuperación de un pool obedece a las leyes de la estadística, no debería variar más que el desempeño de un crédito individual.


El segundo problema se puede arreglar con un incentivo tributario. Las tasas de interés tienen que ser bajas, pero los retornos para los inversionistas deben ser atractivos. Para eso, los inversionistas que compran una parte de un pool de créditos a estudiantes deberían tener rebajas tributarias. O, si éstas no son suficientes, los gobiernos podrían dar certificados de abono tributario a quienes compran parte o todo un pool de créditos estudiantiles. Los créditos fiscales pueden ser diseñados de tal manera que sean lo suficientemente atractivos para inducir a los inversionistas a entrar en este negocio.


Por medio de mecanismos como este, los jóvenes de muchos países de América Latina podrían completar su educación, poniéndola al nivel que sus economías necesitan. Un programa crediticio de este tipo tendría un costo fiscal en el corto plazo, pero rápidamente generaría la suficiente recaudación tributaria como para autofinanciarse, ya que más personas con alto nivel educacional ganarían mejores salarios y pagarían más impuestos.


El resultado sería un rápido aumento en la proporción de los graduados universitarios en la próxima generación. Esto ocurrió en la Europa occidental hace seis décadas. Antes de la Segunda Guerra Mundial, sólo los ricos y unos pocos jóvenes académicamente precoces de la clase trabajadora iban a la universidad. Después de 1945 hubo programas en muchos países ricos que incrementaron ostensiblemente el porcentaje de egresados de la secundaria que accedieron a la educación* superior.


Un programa de créditos estudiantiles, si es lo suficientemente grande, podría cambiar pronto la composición de las economías latinoamericanas a tal punto que la caricatura podría ser echada por la borda a favor de una idea más precisa.



*Corregidas las fallas de escritura de la edición original.
Fuente: http://www.americaeconomia.com/PLT_WRITE-PAGE.asp?SessionId=&Language=0&Modality=0&Section=1&Content=33374&NamePage=AmecoColumnasArti&DateView=&Style=-1

martes, 24 de julio de 2007

Crecimiento de la economía latinoamericana


John C. Edmunds

Doctor en Administración

de Empresas de la
Universidad de Harvard,
profesor de finanzas de
Babson College en
Boston y coautor de
Wealth by Association

Finanzas / Opinión

Menos vulnerables

Dos poderosas fuerzas han impulsado el crecimiento de la economía latinoamericana en los últimos cinco años. El alto precio de las materias primas es la que todo el mundo conoce. La otra es la reforma financiera y las transformaciones que a partir de ésta se han engendrado. Se trata de un proceso que ha sido tan rápido que asusta a muchos, especialmente a quienes recuerdan cómo cada proceso previo de expansión financiera ha colapsado, por lo que temen que esta expansión suceda lo mismo.

Esto es razonable. Pero también lo es considerar que estas últimas reformas hayan hecho a los sistemas financieros nacionales más seguros y menos vulnerables al colapso. De ser así, el futuro de las economías será más estable.

Esta expansión financiera ha sido más fuerte en países que han reformado sus sistemas financieros. En algunos las exportaciones crecieron rápidamente, pero sus sistemas financieros quedaron rezagados. En ellos, la economía real crece rápido, pero los servicios financieros siguen siendo pequeños. Los bonos corporativos son una porción pequeña del mercado y hay muy pocas ofertas públicas de acciones comunes.

En el nivel de la estadística agregada la transformación financiera se percibe claramente. La deuda externa de la región, como porcentaje de exportaciones de bienes y servicios, cayó de 230% en 1998 a un 90% proyectado en 2008. La reserva en moneda extranjera, que en 1999 llegaba a US$ 143.000 millones, o el 38% de las importaciones anuales, se proyecta en US$ 398.700 millones, o un 47% de las importaciones en 2008. Quizá ese pronóstico sea conservador, porque se esperaba que las reservas de moneda extranjera de Brasil alcanzaran los US$ 122.000 millones a fines de 2007 y US$ 144.000 millones a fines de 2008, pero habían ya alcanzado los US$ 122.000 millones antes del 25 de mayo de 2007, e iban subiendo a US$ 1.000 millones por semana.

Mientras, los mercados locales de capitales conseguían nuevos logros. Los privatizados sistemas de pensiones empezaron a reunir el ahorro de la clase media, siendo asignados en el mercado de capitales, lo que permitió que los proyectos financiados antes con crédito externo fueran financiados localmente. En 2002, hace sólo cinco años, los mercados de bonos locales eran pequeños. El valor total de los títulos de deuda era de US$ 643.000 millones y, de ésos, sólo US$ 178.400 millones fueron privados. En 2005 el valor total de los títulos privados de deuda llegó a US$ 276.800 millones.

Los fondos de pensión locales compraron mucho de esta deuda. En 10 países de Latinoamérica aumentaron su participación en un 21,8% entre fines de 2004 y de 2005. Esos países no incluyen a Brasil, donde los emisores privados colocaron US$ 22.535 millones en nuevos bonos y papeles comerciales en 2005 y US$ 38.272 en 2006. Los fondos mutuos estuvieron entre los compradores de nuevos bonos, y su valor total subió de US$ 103.298 millones a fines de 2002 a US$ 424.956 millones al final de 2006. Los fondos mutuos que invirtieron en instrumentos de deuda justificaron la mayor parte de este aumento gracias a la captación de 76.675 millones de reales (US$ 39.119 millones) entre 2003 y fines de 2006.

La transformación del financiamiento, por lo tanto, ha tenido una dimensión internacional en la que los países de Latinoamérica han repagado deuda, especialmente la garantizada por el gobierno. También redujeron su dependencia de la deuda a corto plazo. Los efectos de esto a nivel local son mucho más fuertes. Gobiernos y compañías privadas han podido renegociar su deuda en moneda extranjera por deuda en moneda local.

El total de la deuda no ha declinado, pero ha sido refinanciada en términos más seguros. El riesgo de una crisis de la moneda extranjera se ha reducido bruscamente. Por ejemplo, el total proyectado del interés de la deuda externa para América Latina será el 5,7% de las exportaciones y el 1,4% del PIB. Mucho menos que el 15,4% de las exportaciones y el 3% del PIB de 1999.

La pregunta es qué pasará si las reformas financieras y esta renegociación hicieran realmente más estables a varias economías clave de Latinoamérica. La emisión de nuevos bonos continuará y el crecimiento económico seguirá siendo alto. La región todavía producirá commodities y algún día su precio declinará.

Cuando eso suceda, sin embargo, la región no sufrirá un colapso financiero. Sólo los pocos países que tengan sistemas financieros pasados de moda sufrirán profundas recesiones. Los países que hayan transformado con éxito sus sistemas experimentarán un crecimiento más lento, pero sin problemas mayores.